CORRUPCION: ESTANCADO EN UN CONCEPTO

 

Para los historiadores de hoy la “corrupción” tiene dos puntos de vista: Quienes consideran el término "corrupto" como inapropiado a su época o a su determinación cultural; y quienes sugieren que ciertas prácticas que podemos considerar como corruptas hoy en día pudieron haber sido vistas de forma similar en ese tiempo. El primer punto de vista liderado por Horst Pietschmann, parece ser más amplio y resaltante en la actualidad.

 

Pietschmann no negó la existencia de un rango de prácticas desde cuestionables hasta criminales bajo el gobierno de los Habsburgo. Pietschmann sostuvo que la corona española fue cómplice de muchas de las prácticas que se denunciaba, especialmente en la venta de oficios al mayor postor. Se sugirió el lenguaje del “Pacto”, estableciendo un pacto con los súbditos; los monarcas españoles, cancelaban la corrupción en el sentido moderno. El rey obtenía lo que quería a través de la venta de un cargo determinado, un ingreso económico instantáneo, mientras que el comprador quedaba habilitado para obtener lo que quisiera gracias al flujo de renta constante. Hacer la vista gorda respecto a la noción de buen gobierno era gobernar de la forma "hagamos un trato".

 

El historiador Tamar Herzog, sostiene que la "corrupción es un término inapropiado". En su trabajo sobre Quito acerca de la transición de los Habsburgo a los Borbones, Herzog encontró que los privados y los funcionarios en algunos casos obviaban las normas como el de los Habsburgo, los vínculos sociales habían ocupado el lugar de las instituciones, una simple mirada a la “Recopilación de leyes de Indias” confirman esta tesis e incluso, la noción de que se necesita un cierto nivel de ilegalidad para mantener las sociedades y las economías funcionando frente a la ineficiencia burocrática.

 

El sistema de gestión de los Habsburgo fue ineptito. Sin embargo, fueron aptos, incluso en los años de la crisis del siglo XVII, de castigar ciertos comportamientos a pesar del supuesto pacto de "obedezco pero no cumplo".

 

En el estudio de Centro América en la era de los Habsburgo, se evitó usar el término corrupción (o incluso el de "fiscalista") al describir algo parecido al pacto de Pietschmann, una suerte de sistema de "sobornos y multas", donde los pesquisidores reales obtenían lo que querían, una porción de ingresos acordada, mientras que los locales continuaban recibiendo lo propio, el resto de la torta. Más importante aún, el pacto le daba a las élites locales el control efectivo sobre las clases subalternas, cuyo trabajo permitía que todo funcionara.

 

Unos consideraban la era los Habsburgo como "[son] negocios como siempre". Otros consideraban que la corrupción en el siglo XVII en Perú se concentraba directamente en el fraude de la Casa de la Moneda de Potosí y sus consecuencias. La venta de cargos por parte de los Habsburgo después de 1633 aceleró significativamente la erosión del poder real sobre toda América del Sur. Parece que dicha práctica se circunscribió a un patrón más amplio de intereses locales en aumento y a una corona que falló en cortarlos y controlar.

 

Kenneth Andrien relacionó la inminente erosión del poder fiscal, alrededor de 1650, con el declive de todo el Perú en el siglo XVII, al menos como la máquina de hacer dinero más grande de la corona.

 

Para Colin MacLachlan, la venta de cargos era "peligrosa e imprudente". Los modos de verbalizar el pecado y el crimen se sobrepusieron en la era de los Habsburgo y que el rey estaba lo suficientemente bien posicionado como para castigar o mostrar compasión hacia un súbdito pecador. La corrupción no era algo que existía o no. Lo que había, más bien, era un conjunto de comportamientos malos y buenos que el rey debía ponderar, castigando o recompensando.

 

Solange Alberro plantea que la corrupción es un concepto moderno que surgió en el “Iluminismo”. La corrupción no existió en las mentes barrocas, según Alberro, mucho menos en el vocabulario. Había innumerables formas de decepcionar o traicionar a su propio Dios y rey. Pero, sostiene Alberro, sin una noción moderna de "bien público", llamar a esas malas prácticas "corrupción", en el sentido moderno, es incorrecto.

 

Para la España de Felipe IV y Carlos II, Beatriz Cárceles de Gea, toma una postura más pragmática sobre los funcionarios gubernamentales quienes se encontraban frente a extremos dilemas debido a la oleada de decretos y leyes de "emergencia". La autora reveló que la "desobediencia fiscal" crónica no era simplemente una cuestión de enriquecimiento personal en tiempos difíciles. Y que el castigo desproporcionado era evidente en un "absolutismo" limitado. Mientras que Alberro y otros han persistido contra el supuesto uso anacrónico o inapropiado del término "corrupción" (aplicado en distintas épocas), Cárceles de Gea parece estar interesada en examinar comportamientos similares prohibidos en momentos específicamente difíciles.

 

Maryvonne Génaux, en un ensayo comparando Inglaterra y Francia en el siglo XVII, concuerda con Alberro en que ninguna noción moderna de bien público existió en la temprana modernidad.

 

Es de interés sobre el crimen y castigo en el siglo XVII en Potosí el enfoque de Génaux sobre la clase emergente de burócratas de jueces y magistrados. Esta es una noción distintiva del "cuarto estado", integrado por personas como el visitador general de la Casa de la Moneda de Potosí, Nestares Marín. Juristas formados especialmente para extirpar todas las formas de inconducta, a veces lo hicieron por su propia cuenta o, más bien, llevaron a cabo lo que hoy en día podría llamarse campaña "anti-corrupción", que excedía las demandas o los deseos de la corona. Comprender la emergencia de este grupo de magistrados reformistas, como Cárceles de Gea y otros han señalado, conduce poner en vilo dos ideas hoy en boga: la de la existencia de un pacto real justo y estable; y la de una monarquía "compuesta" o extremadamente mixta (la de "la sujeción laxa" a la cuasi autonomía de "reinos" como el Perú).

 

Los delitos fiscales fueron la clave para definir los límites externos de la corrupción, ciertamente, cuanto era el caudal de la malversación, que no era otra cosa que robarle al soberano. Jean-Claude Waquet define la corrupción precisamente en estos términos: "Hablar de corrupción es primero y principalmente hablar de dinero". Ya que el dinero, el dinero del rey, es lo que está en juego en el caso de la Casa de la Moneda de Potosí. Lo que sucedía en Potosí en la década de 1640, era un robo descarado que tenía que pagarse tanto con sangre como con dinero.